sábado, 9 de octubre de 2010

Donde están tus sueños, está tu corazón.


Había llegado la hora cero, el gran momento estaba a punto de producirse. Para ello esperé más de 10 años. Recuerdo cuando tenía 12 años y el profesor de deportes de la escuela me decía que tenía talento para destacar como atleta; mi desplazamiento en la pista era ligero y ocupaba fácilmente el primer lugar, pero a papá no le gustaba que dedicara tiempo a correr y recuerdo, como si estuviera en este momento a mi lado, lo que me decía:

"El deporte nunca te dejará dinero; dedícate a hacer algo productivo, no seas soñador, pues terminarás siendo un vago bueno para nada". En cambio, mi mamá constantemente me alentaba: "Cuando corras -me decía- pon el corazón por delante y el resto te seguirá. Todo lo que hagas en la vida lo debes hacer con pasión, y si tienes esa fuerza siempre contigo, jamás serás vencido".

Confieso que no obtenía buenas calificaciones en mis estudios como cuando competía; algo dentro de mí me impulsaba a intentar siempre superar mi marca anterior; no me gustaba quedar rezagado a ver las espaldas de mis compañeros; me emocionaba ver la línea de meta primero que todos; además, siempre disfruté esa sensación de libertad al hacer lo que me encantaba. Para mí no eran sacrificios los entrenamientos, sino una oportunidad para expresar toda mi fuerza interior, el día que por alguna razón no asistía a entrenar (porque papá, sabiendo que con ello no iría, me castigaba o me encargaba alguna tarea) me sentía frustrado. Pero al día siguiente pareciera que me habían recargado la pila y entregaba aún más energía, como tratando de disculpar mi ausencia anterior.

Una lluviosa tarde llegué a casa, papá leía tranquilo en su habitación; se me ocurrió, por el rostro que tenía, que le podía plantear una idea que, desde hacía varios días, no me dejaba en paz.

-Papá -le interrumpí-, me gustaría hacer un trato contigo. Se me quedó viendo, creyendo que le iba a pedir dinero, usando algún pretexto bien elaborado. -Adelante -contestó, pero frunció el ceño como señal de alarma de que en cualquier momento podía estallar en cólera.

-Mira, me gustaría aprobar todas las materias en la escuela, que no tuvieras queja alguna de mí, pero te quiero pedir un gran favor - frunció el ceño aún más y rápidamente agregué-, dame la oportunidad de seguir compitiendo, te prometo que en la escuela todo saldrá como tú quieres -por única respuesta emitió un gruñido, como diciendo está bien, pero déjame en paz.

Han pasado 10 años desde aquel entonces y en este preciso momento faltan sólo algunos segundos para que suene el disparo de salida en la gran final de los 100 metros planos, la reina de las pruebas atléticas, y no puedo creer que sea yo precisamente quien represente a mi país en los Juegos Olímpicos; 10 años de entrega, compromiso y esfuerzo. Estoy seguro de que, como decía mamá, si lanzo el corazón, el resto me seguirá.

En este momento deseo apostar la vida para alcanzar mi sueño, siento que la medalla de oro ya está en mi pecho y me gustaría regalársela a papá.

Lo más importante en un ser humano es reclamar su propia y vital vocación. Carl Gustav Jung anotaba: "La vocación actúa como una ley divina de la que no hay escapatoria", pero muy pocos se atreven a luchar por su sueño, además de que nuestro sistema educativo (por demás obsoleto) nos enseña a ser conformistas y dar gusto a los demás, aun cuando tengamos que renunciar a nuestro propio llamado.

Observamos dos actitudes diametralmente opuestas en los padres de este joven comprometido consigo mismo a realizar su sueño. Lo verdaderamente importante de la narración anotada no es el hecho de si logró la medalla tan anhelada, sino su intensa lucha por alcanzarla. En todos los campos de la vida, lo importante es la intención que ponemos a lo que realizamos. Es también una lección para aquellos padres que asesinan el espíritu de sus hijos, al no estimularlos a luchar por lo que desean. Y luego nos quejamos de tantos mediocres que deambulan por la vida.

Tal vez la actitud del padre era bienintencionada al exigir a su hijo que realizara alguna actividad más productiva por su propio bien, pero no percibía que podía aniquilar el espíritu de esfuerzo y compromiso de su hijo, virtudes necesarias y vitales para lograr la plena realización. Aun cuando en este caso fue definitiva la fe que le inculcó su madre de creer en su proyecto, que en ese momento era lo más importante para él.

Donde están nuestros sueños está nuestro corazón. Todos, sin excepción, tenemos un tesoro que alcanzar. La vida se dinamiza si en cada una de nuestras etapas existenciales tenemos sueños por realizar. Cuando dejamos de soñar realmente empezamos a envejecer.

Papá supuestamente tenía más experiencia que su hijo, ¿cómo se podría aprovechar positivamente su actitud?, ¿Será importante tener sueños?, ¿cómo?, ¿para qué?, ¿Es suficiente el sueño en sí mismo para realizarlo o es necesario hacer algo más?, ¿Qué tan estimulante puede ser creer en los demás?.

Y si los demás se oponen a nuestros proyectos, ¿qué debemos hacer?, ¿Podremos aprender algo de las objeciones?, ¿Cómo convertir los obstáculos en estímulos para seguir adelante?, ¿Qué significaba para el joven la intención de entregar la medalla a su padre?


Desconozco el autor


1 comentario:

Anónimo dijo...

gracias por cargar el ensayo, el autor es Miguel Angel Cornejo...